En la taza de los Minions se enfría un té de Rituals.
Lo reconozco, soy la típica clienta que va a por una crema de noche y le quieren vender la de día, el contorno de ojos y como le han ofrecido un té nada más llegar, el bote de té.
Al posponer la compra de la crema y el contorno, me llevo el bote. Me sabe mal después de haberme tomado el de muestra.
Lo sé, no lo necesito pero de manera inconsciente me siento obligada a llevármelo. El bote digo, la crema sí. Y las otras que me ha ofrecido también, pero ahora no me lo puedo permitir.
Huele muy bien, a hierbabuena. La hierbabuena me recuerda a mi padre cuando cogía un par de hojas, las frotaba entre sus manos y después me las daba a oler. Tú no olías a hierbabuena, pero ese olor me lleva a ti.
El caso es que me he hecho el té porque el día después de tomarme la medicación para mi enfermedad siempre tengo un poco de angustia. No son los años, es la medicina y esa infusión me calma de algún modo. O a lo mejor solo es una excusa para volver a por más cuando se haya terminado.
Tengo un móvil a mi lado y otro cargándose. Ninguno de los dos suena. Hasta de manera momentánea han parado de hacer ruido los obreros que están levantando una finca al lado de la mía. Es insoportable. El ruido. O el silencio, ya no lo sé.
Soy una contradicción andante. Quiero silencio cuando hay ruido y al revés. Quiero el silencio a mi antojo. Como si eso se pudiese elegir.
Por ejemplo, ahora que escribo, quiero silencio. Y por supuesto nada más sentarme delante del ordenador ha sonado el timbre, la excavadora se ha puesto en marcha y los camiones a circular. Lo odio.
En cambio el móvil sigue callado. Eso también lo odio.
Cuando quiero que suene no suena y cuando en ocasiones no lo debería atender, me pierdo en explicaciones.
Hasta el perro se ha confabulado con todos y se ha subido al sofá, se ha puesto patas arriba en un gesto que sabe que me lleva a él para hacerle caricias y mimos y como no le hago caso, cual niño pequeño se ha puesto a hacer ruido para llamar mi atención.
Inmediatamente he dejado todo para rascarle la barriga y darle caricias. Me pone la pata en el brazo como reteniendo ese momento.
El té se enfría.
Tómese su tiempo en saborearlo, me dijo la dependienta. Y yo pensando, como si tuviese tiempo.
Soy tan impaciente que como no me gustan las bebidas calientes creo que no lo he acabado de hacer del todo, está a medio hacer. Como muchos de nosotros en algún momento. Para comprobarlo he cogido la taza y he mirado el contenido. No, es del mismo color que el de la tienda, lo habré hecho bien. No puedo estar cinco minutos hirviendo el agua para luego dejar la bolsita y esperar otros cinco a poder tomármelo porque quema.
Y así voy, corriendo a todas partes porque no tengo tiempo.
Y el móvil no suena. ¿Porqué no suena?. El caso es que si lo hiciese me molestaría porque ahora estoy escribiendo y no lo puedo atender. Como antes he dicho soy una contradicción andante.
En el móvil tengo nuestras fotos. No tenemos muchas, como siempre eras tú el que las hacía...también tengo fotos de mis sobrinos, de mis mejores amigas, de mi perro y tuyas.
Las fotos son mi tabla de salvación cuando me aburro. Cojo el móvil, voy a la galería, las busco y sonrío. Luego las abro y acaricio la pantalla en un intento de volver a tocarte pero no se puede ¿verdad?
Me veo pequeña. Mi pelo lacio evoca con dos coletas a las trenzas que llevaba Pipi Langstrump. No por ser iguales, sino por tener el pelo tan corto que se disparaban hacia los lados como su pelirroja melena.
Más fotos. Vosotras la noche que salimos. Todas estamos sonriendo, hasta yo. Digo hasta yo porque esa noche un fantasma nos acompañó en la cena y no tenía yo el ánimo para fiestas. Ni el ánimo ni los pies. Al final de la noche acabé con dos heridas, bueno tres, dos en los dos pies y otra en los recuerdos.
Bajo la pantalla. O la subo, nunca sé lo que hago, porque me dicen "baja las fotos" y siempre lo hago al revés porque me contestan "no, hacia el otro lado"...pues dime las cosas bien...yo que sé...
Mis sobrinos. Ellos conmigo, ellos solos, ellos y el perro...
Fotos del perro.
Tú.
Resulta que tengo tus fotos en una carpeta que se llama "favoritos" y el otro día me cogiste el móvil para mirar unas cuantas cosas que quería enseñarte y lo viste. Como si no fuese bastante obvio que eres una de mis personas favoritas, no, has de verlo en el móvil TAMBIÉN. Intercambiamos una mirada y de inmediato bajé la vista, porque todos sabemos que esa es la manera de hacer ver que no pasa nada. NA-DA. Como decía aquél anuncio de productos íntimos de los años 90...¿o era más antiguo?, ya no me acuerdo.
Recuerdo querer arrancarte el móvil de las manos y tú apartarte y quedarte con él. Al menos obviaste la parte del, me tienes en la carpeta especial.
Yo también obvié que en ocasiones abro una de tus fotos, sonrío y la acaricio como si pudiese llegarte de algún modo mi contacto, que miro una pantalla como una tonta, con los ojos que se te ponen cuando estás...ya sabes...eso.
Ya no puedo estar sin el móvil. Es mi pasaporte a un mundo que no existe cuando me aburro, cuando mi compañera no quiere hablar o cuando mi compañero lo usa para enseñarme cómo quedaríamos si tuviésemos orejas de osito.
Qué pena, leo lo que he escrito y así es. Ya no puedo estar sin el móvil. Ya no podemos. A veces hago esfuerzos para olvidarlo y quitarle la voz, pero entonces me creo imprescindible y se la vuelvo a poner...
Así pasa, que te escribo una tontería y espero que me contestes de inmediato. No caigo en la cuenta de que tú no eres como yo. Que cuando estás trabajando tienes que estar concentrado en tus cosas de trabajo... o peor aún...que cuando me llamas me quedo sin palabras, me pongo nerviosa, no sé qué decir y me sale una voz que nada tiene que ver con la mía...
En realidad sí tiene que ver, es la voz que ponemos cuando nos llama el chico que nos gusta.
Huelo la taza. Estoy en el jardín, hemos ido a la planta has cogido una hoja y la frotas en tus manos, después me las muestras para que las huela. De pequeña me parecía algo así como magia. Hago el gesto, pero no tengo hierbabuena. A lo mejor debería ir al chino Juan y comprarle una planta. No sé si sobreviviría, no sé porqué pero todas las plantas se me acaban marchitando. Creo que es porque las riego demasiado. Dar mucho tampoco es bueno.
Lo dicen todas las fotos esas que hay en las redes sociales donde vivimos una vida que no es nuestra. O sí, pero no es real. O casi.
El móvil sigue sin sonar, el té se sigue enfriando. Al final nunca consigo beber una infusión caliente. ¿Será analizable? Un psicólogo diría que sí, seguro que hablaba de la impaciencia o algo así.
Me resisto a alargar el brazo y ver que no tengo ninguna notificación. Se está cargando porque no me gusta ir sin batería por el mundo. ¿Te imaginas?. Mira si soy, si somos tan dramáticos en este asunto que hasta llevamos un cargador en el bolso o tenemos uno en el lugar de trabajo.
Hombre, claro que yo también tengo uno, uno de color verde.
Lo miro, ha sonado dos veces, pero solo son mails y serán de publicidad, lo sé. A lo mejor son para que compre más té.
Lo cogería para mirar tus fotos aunque me las sé de memoria. No tenemos fotos juntos, no te gustan, esa es tu excusa. Tampoco quieres que te haga ninguna. Y mira que te digo que si fuese yo la que aprieta el botón saldrías guapísimo...
"Eso lo dices porque estás enamorada de mí"...y yo bajo la mirada corriendo para que no se note MÁS todavía que tienes razón. Aunque no sería solo por eso, yo miro las cosas de otro modo, como tú cuando haces tu trabajo.
El té se ha terminado, el silencio también. Nadie sabe lo valioso que es algo hasta que no lo tiene. Añoro el silencio.
Sucumbo a todo, cojo el móvil. los mails son de publicidad, lo sabía.
Voy a la galería, abro la carpeta de favoritos y ahí estás sobresaliendo entre muchas otras fotos, pero la primera que miro es la tuya.
La abro, acaricio la pantalla con el dedo y con los ojos, te quiero.